jueves, 14 de febrero de 2008

“nadie es tan viejo como para no poder pensar que puede vivir un año más”.

Es obvio que los pequeños dependen de los mayores; pero, ¿de quién dependen las personas mayores? Diríamos que en muchísimos casos los mayores no dependen de nadie: antes al contrario, están ellos pendientes de la familia y, sobre todo, de los pequeños, de los nietos, a los que cuidan y hasta ayudan a crecer. Cuando uno se jubila y por tanto abandona la esclavitud derivada del trabajo obligatorio cree que por fin es dueño de su tiempo, ya no está bajo la férula de jefes ni sujeto a yugos laborales y, en consecuencia, es libre, libre para no hacer nada, aspiración muy humana que en la pluma de Oscar Wilde se convierte en “la cosa más difícil del mundo, la más difícil y la más intelectual”.

Desde esta perspectiva la vejez puede ser el tiempo de nuestra dicha, como diría Borges. ¿Vejez, viejos, ancianos, abuelos? Vocablos todos ellos que por “sonar” despectivos han sido eliminados de la terminología políticamente correcta. Y en su lugar se inventó el término “tercera edad”, no por todos aceptado con júbilo, como es el caso de Francisco Umbral, quien lo considera “un eufemismo indignante y gilipollas”; una “cursilada” le parece a José María Carrascal.

Sin embargo es la de la tercera edad la fórmula más generalizada y, en cierto modo, la única con etiqueta constitucional, ya que nuestra Carta Magna establece que “los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad”, añadiendo que “con independencia de las obligaciones familiares, promoverán su bienestar mediante un sistema de servicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda, cultura y ocio”.

A pesar de todo la tercera edad se nos queda corta, pide ascender un escalón más, que no es otro que el de la cuarta edad, dado que el aumento de la esperanza de vida en la población española es imparable, hasta el punto de que según la ONU en 2050 España tendrá la población más vieja del mundo. Así, pues, en nuestra sociedad comienza a ser realidad la existencia de un nuevo segmento generacional: el de la cuarta edad, en el que podemos integrar a los mayores de 90 años. Porque es un hecho incuestionable que la gente vive hoy bastantes años más que antaño, la longevidad es ya una circunstancia normal, entre otras razones (logros de las tecnologías médicas, avances de las ciencias de la salud…) porque gozamos de más atenciones y mejores condiciones, tanto económicas como asistenciales.

La política legislativa en favor de los mayores se inició en España en 1908, en que de manera voluntaria se creó el llamado seguro de vejez, tímido intento proteccionista que once años después, en 1919, adquiriría carácter obligatorio. Desde entonces, impulsadas por los cambios sociodemográficos que se han venido experimentando, no han dejado de conquistarse mejoras, hasta llegar al momento actual, en que el sistema asistencial –con sus injustas e inevitables desigualdades– favorece no sólo a las personas mayores sino también a las personas con dependencia y sus familias cuidadoras.

No cabe duda de que la situación de dependencia que en este país sufren un millón de habitantes constituye un drama humano y familiar que no puede ser desconocido por la sociedad, ni mucho menos olvidado por el Estado. De ahí que el proyecto de Ley de Promoción de Autonomía Personal y Atención a las Personas en situación de Dependencia, aprobado por el Consejo de Ministros el 21 de abril de 2006, haya sido positivamente valorado y acogido por todos los sectores implicados: sindicatos y organizaciones empresariales, asociaciones de personas mayores y de personas con discapacidad, comunidades autónomas y entidades locales. Y es que por primera vez se va a dar respuesta a un compromiso social con las personas dependientes, reconociéndose un derecho largamente anhelado por la ciudadanía; un derecho que consistirá básicamente en la atención familiar en el propio domicilio, mediante unas fórmulas que permitirán mantener el principio de “envejecer en casa”, pero sin penuria de medios. ¿Una utopía? Esperemos que la entrada en vigor y desarrollo de la nueva ley conteste de forma negativa el interrogante. Si bien es cierto que el éxito de las medidas promulgadas será más notable cuanto mayor sea la implicación de la familia y de los cuidadores, cuyas principales características de actuación, en opinión de los expertos, deberán apoyarse en principios tan sencillos (e imprescindibles) como la paciencia, flexibilidad, amabilidad, creatividad y, por encima de todo, interés por las personas mayores.

Aunque parezca una perogrullada, conviene recordar lo que ya se ha dicho: que para alcanzar una larga vida no existe más que un único camino conocido: envejecer. Y es que como afirma José María Carrascal con apabullante lógica una vida sin vejez no es una vida completa. Lejos de caer en el desánimo, las personas mayores deben tener siempre presente la máxima de Cicerón: “nadie es tan viejo como para no poder pensar que puede vivir un año más”.

[Fuente: lasprovincias.es]

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